Bahía Blanca | Sabado, 18 de mayo

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Galimatías presidencial

Una esquizofrénica visión política de la realidad lleva a Javier Milei a una contradicción esencial que forma parte de su estructura mental anómica.

   Hay en nuestra Argentina varios dilemas. En la cabeza del presidente, por otro lado, anidan varias contradicciones. 
   Se expresa como liberal capitalista. Bastaría con leer a uno de sus mentores -Karl Popper- para adentrarse en la primera que anida en la adolescencia presidencial, a saber, lo que Popper sostiene respecto del Estado: “No hay liberalismo sin Estado”. Por otro lado Milei manifiesta que es anarquista. O sea que niega y procura como praxis política la aniquilación del Estado, del cual Milei sería a su vez el jefe o el máximo funcionario de ese estado, o sea que serrucha la rama en la que está sentado.
   Por otro lado grita que “el Estado es la organización criminal mayor de la  humanidad”, con lo cual la cosa se empieza a poner espesa. El es, por lo tanto, el jefe de una organización criminal. Esto, más allá de que, por una razón que está muy pronta a develarse, el presidente insiste una y otra vez en que “el Jefe” es en realidad su hermana, Karina Milei Lucich. Sería una repetida versión autóctona de “Gerardo al Gobierno, Karina al poder”, que se está dando por ejemplo en el reciente tema de los subsidios al transporte.
   O cuando en nombre de ese Estado pretende que le creamos que va a limpiar Rosario de la narcoguerrilla, justamente después de que en Davos propició la globalización que apunta como finalidad a la desaparición de los Estados nacionales. O considerar en el Llao Llao héroes a los fugadores de dólares en negro, incurriendo en una apología del delito que hasta ahora no ha tenido mayores consecuencias legales. Esquizofrénica visión política de la realidad, que lo lleva a una contradicción esencial que forma parte de su estructura mental anómica (esto es, el extrañamiento de la norma, el no acatamiento de la norma).
Por eso, previo calificar al Papa como representante del demonio, se dice católico, pero apóstata al enrolarse  en una conversión simultanea al judaísmo. En esto recuerda a Herminio Iglesias, que desde su visión esquizoide expresaba mondo y lirondo: “Yo opino lo mismo, pero todo lo contrario”. En el cóctel de su discurrir confunde lo urgente con lo imprescindible, y por vía del Decreto de Necesidad y Urgencia pretende  terminar derogando leyes en base a facultades que presuponen la suma del poder publico. La Constitución Nacional califica ello de traición a la Patria. 
   Su liberalismo anárquico lo lleva a negar toda posibilidad de  conocer la verdad o al relativismo manicomial donde cada uno tiene su verdad. 
Como Pilatos, que a  Jesús le peguntó: “¿Tú quien dices que eres?”, a lo que Jesús respondió: “Yo soy la verdad”. Entonces,  Pilatos retrucó: “¿Qué es la verdad?”. Esta concepción relativista lleva al presidente a tener conductas sinárquicas, encarnando la contradicción anómica de los opuestos, que terminarán -por inexperiencia y deformación profesional sin rubor alguno- explotándole en la cara.