Inundación trágica: el ingreso a un duelo que, para muchos, recién empieza
“El shock es la primera fase. Después aparecen la negación del hecho; un momento de depresión o tristeza y, finalmente, la aceptación”, dijo la Lic. Vanesa Carpaneto Sueldo, especializada en psicología de la urgencia y de la emergencia.
Periodista. Círculo de Periodistas Deportivos de Bahía Blanca. Fue redactor de la revista Encestando (1985-2000). Desde 1987 trabaja en el diario La Nueva Provincia (hoy La Nueva.). Pasó por las secciones Deportes, La Región y La Ciudad, donde se desempeña actualmente. Está especializado en periodismo agropecuario desde 2001. Miembro de la Asociación Bonaerense de Periodistas Agropecuarios. Responsable de las páginas webs de la Asociación de Ganaderos (AGA) y de Abopa.
“Es un duelo. Sucede que generalmente lo asociamos sólo a la muerte, pero los seres humanos vivimos muchos a lo largo de la vida relacionados con etapas vitales, como la jubilación o el denominado nido vacío. Obviamente que un evento como el acaecido el 7 de marzo tiene connotación y variables diferentes, pero se atraviesan todas las etapas”.
Para la Lic. Vanesa Carpaneto Sueldo, magíster en psicología de la urgencia y la emergencia y diplomada universitaria en psicología del duelo, la trágica inundación que atravesó la sociedad bahiense el citado marzo, que provocó 18 muertes y multimillonarios daños materiales, el impacto en la salud mental ha sido (es) muy importante y, además, afecta al 100 % de los habitantes.
“Todos nos sentimos vulnerables en estas situaciones porque no sabemos cómo intervenir. El impacto puede manifestarse de diferentes maneras, ya que cada persona tiene distintas herramientas emocionales, pero el impacto está presente en la totalidad de la población”, añadió.
“La primera es la etapa de shock, donde no sabemos qué hacer con la situación. Esto se manifiesta en los rostros de los afectados. Después tenemos otras que incluyen la negación del hecho, donde se aborda la situación sin pensar mucho, una etapa de depresión o tristeza y, finalmente, la aceptación. Sin embargo, a diferencia del shock, el resto de las etapas son vividas por cada uno a su manera y en su propio tiempo, porque los duelos son individuales. Las etapas no son estáticas; pueden ir y venir”, sostuvo Carpaneto Sueldo, quien es diplomada en criminología y psicología forense y docente de psicología con más de 15 años de experiencia en la temática de suicidio y duelo, así como en intervenciones en emergencias psicosociales, asistencia en desastres naturales y emergencias subjetivas.
“Por ejemplo, en las primeras 72 horas del evento, que las llamamos primeros auxilios psicológicos, se puede observar que hay personas que se quedan paralizadas y otras que, aunque afectadas, pueden ayudar a los demás. Esto demuestra las herramientas individuales de cada uno”, comentó.
—¿Cuánto dura este duelo?
—Hasta tanto se pueda reconstruir lo sucedido, puede extenderse por varios meses o, incluso, años. Por eso se observan características como tristeza y añoranza al recorrer, por ejemplo, lugares emblemáticos que han quedado destruidos.
—¿Cuáles son los síntomas?
—Por un lado, los emocionales. La tristeza es el primero y más evidente. Si esa tristeza no se canaliza a través del llanto o la palabra puede convertirse en enojo o irritabilidad.
“Luego están los cognitivos. Pueden presentarse lagunas en la memoria, tales como no recordar qué pasó o qué se hizo en ese momento. Esto es totalmente esperable y natural. Y también están los físicos, que pueden incluir dolores de pecho, de cabeza y estomacales y contracturas. Aunque los psicólogos están atentos a estas cuestiones, no son médicos, de allí que siempre es recomendable realizar la consulta correspondiente.
“Muchos de los síntomas físicos aparecen porque el proceso de duelo es de un impacto importante y cuesta procesarlo. Para las personas que tienen dificultad en expresar sus sentimientos con palabras, el cuerpo habla por ellas, por lo que hay que estar atentos a esas señales”.
—¿Cuál es la repercusión en niños y en adolescentes?
—Es muy importante, porque su psiquismo aún está en construcción y ellos no tienen las mismas herramientas que un adulto. En los niños puede potenciarse el temor a una tormenta, sintiendo que va a pasar lo mismo si empieza a nublarse o va a llover. Ahí el adulto debe intervenir con palabras de tranquilidad, explicando que no volverá a pasar o, si sucedió, cómo se fueron recuperando las cosas.
“Con niños muy pequeños, en menores de 5 o 6 años, no hay que dar muchos detalles, ya que no tienen el mismo nivel de comprensión y el concepto de muerte se arma recién a partir de esa edad. Se les puede decir que fue un evento climático que puede volver a pasar, pero mucho más adelante, dado que no tienen una clara noción del tiempo. Es fundamental acompañarlos y permitirles expresar su sentir. Aunque a veces se tiende a esconder la información para protegerlos, es crucial hablar del tema, ya que beneficia tanto a adultos como a niños y adolescentes”.
—¿De qué manera se tratan los diferentes procesos que vive cada persona?
—Lo que siempre sugerimos es que si la persona siente que no tiene las herramientas necesarias para abordar la situación, consulte con un profesional. Es importante que sea alguien formado, específicamente en psicología de la emergencia, ya que es una temática muy puntual que requiere una formación especializada.
“La repercusión es importante en niños y adolescentes, porque el psiquismo aún está en construcción y no tienen las mismas herramientas que un adulto”, dijo Carpaneto Sueldo.
“Se debe buscar ayuda si la persona comienza a transitar ataques de ansiedad o de pánico. El profesional acompaña en este proceso y brinda herramientas para afrontar la situación. Se trabaja con pensamientos recurrentes e imágenes de la inundación, como flashbacks, para que pueda aprender a manejar los temores frente a la catástrofe. En este caso, en Bahía Blanca hay expertos que tratan este tipo de problemáticas”.
—En 15 meses en la ciudad hubo tres episodios con 31 personas fallecidas, gente con heridas y daños multimillonarios. ¿De qué manera impacta el anuncio de una eventualidad semejante a las vividas?
—A raíz de los recurrentes eventos climáticos, es fundamental empezar a estar preparados. Desde la psicología de la emergencia esto significa tener una mochila armada con documentos importantes; es decir, una linterna, agua y demás. Esto no sólo es práctico, sino que también sirve psicológicamente como sostén y ayuda para que el impacto no sea de la misma magnitud que en eventos anteriores, donde fue totalmente inesperado.
“El temor a que vuelva a suceder es tan grande que muchas veces se activa un mecanismo defensivo de negación, haciendo que la gente ignore las señales como, por ejemplo, una alerta roja. Es crucial trabajar estos mecanismos de defensa y estar más concientes de que estos hechos, así lo dicen los expertos, pueden repetirse. Aunque no podemos manejar la lluvia o el viento, estar preparados nos da un suelo más firme para pisar.
“Y acá el aspecto comunicacional de los organismos oficiales es fundamental, ya que sirve de sostén y ayuda a ordenarnos. Es importante estar atentos a los canales comunicacionales para saber dónde recibir asistencia en caso de necesidad, tal como ocurrió con el tornado de diciembre de 2023 y con la inundación del 7 de marzo último (NdR: así como la granizada del 2 de febrero de 2025).
“Estos eventos no son cada 100 años y pueden suceder nuevamente en poco tiempo. Por ser tan imprevistos y causar tanto impacto es crucial no sólo esperar la catástrofe, sino empezar a trabajarla en un espacio terapéutico para preparar emocionalmente a la persona y que tenga herramientas para actuar de la mejor manera posible”.
—¿La etapa que vivimos recluidos por el COVID-19 puede haber influido en nuestro estado mental suponiendo una fragilidad previa?
—Sí, por supuesto. Este tipo de situaciones inesperadas y disruptivas, que no se pueden prever, como el COVID-19, dejan muchas secuelas.
“El gran temor que vivimos, el aislamiento, la idea de enfermarse y morir en soledad dejó un impacto significativo. Es importante destacar que fue individual: algunas personas se sintieron seguras en sus casas y no la pasaron tan mal, mientras que otras sufrieron mucho. Las franjas etarias que más lo padecieron fueron los niños y los adultos mayores, debido a la pérdida de contacto con sus grupos de pares o la soledad. Esto generó mucha ansiedad y malestar, especialmente ansiedad y depresión, que se vieron con posterioridad como todo proceso. Los profesionales de la salud mental tuvimos que adaptarnos, ya que no habíamos vivido una pandemia similar en 100 años”.
Kern: “Existe la necesidad de adaptarse a un nuevo entorno”
“Claramente, la inundación del 7 de marzo tuvo un impacto significativo en la salud mental de las personas afectadas”, aseguró el Lic. Hugo Kern, jefe del departamento de Salud Mental y Adicciones del municipio de Bahía Blanca.
“Esas manifestaciones se expresaron con estrés, ansiedad e incertidumbre que generan síntomas como ansiedad y miedo; tristeza y depresión; problemas de sueño; dificultades para concentrarse e irritabilidad y cambios de humor”, añadió.
“El proceso de recuperación después de una inundación puede ser similar al duelo en algunos aspectos, ya que implica la pérdida de bienes materiales, la sensación de inseguridad y la necesidad de adaptarse a un nuevo entorno”, dijo.
“Tenemos que recordar que el duelo no es una enfermedad, (sino) es una respuesta esperada, o esperable, frente a las pérdidas materiales y afectivas”, sostuvo.
“El duelo es un proceso doloroso, pero implica una autocuración”, indicó.
Kern también dijo que, dependiendo de factores individuales y contextuales, el impacto en la salud mental varía de persona a persona.
“Los síntomas de sufrimiento pasado pueden variar desde leves hasta graves e incluir revivencia del trauma; tristeza; ansiedad; problemas de salud física, como somatizaciones, relacionados con el estrés y agravamiento de los consumos problemáticos.
¿El tratamiento? Debe ser integral: actividad física, cuidado de la red personal, los vínculos positivos y, también, el apoyo profesional en el caso de que los síntomas alcancen una magnitud preocupante para la persona y su entorno —aseguró el profesional— a través de una terapia cognitivo-conductual y de apoyo, así como medicación para manejar síntomas de ansiedad o depresión.
Kern agregó que se han implementado programas de apoyo y atención psicológica en Bahía Blanca durante —y después— de la inundación que contaron con la participación de los equipos del sector público, tanto de la Municipalidad de Bahía Blanca como de la Provincia de Buenos Aires, así como del sector privado, las universidades locales y se integraron más de 200 profesionales voluntarios bahienses, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de Santa Rosa (La Pampa).
“Seguimos trabajando en la coordinación de nuevos proyectos en el área como, por ejemplo, el equipo de emergencias psicosociales y los grupos territoriales de salud mental y consumos problemáticos del departamento de Salud Mental”, aseguró.
“La repetición de fenómenos climáticos extremos agravan los síntomas de estrés y ansiedad en personas que ya han sido afectadas anteriormente, porque el tiempo es vivido como una amenaza”, indicó.
“Seguimos trabajando en la coordinación de nuevos proyectos en el área de Salud Mental como, por caso, el equipo de emergencias psicosociales”, dijo Kern.
“Esto genera un efecto acumulativo y aumenta la vulnerabilidad a problemas de salud mental”, dijo.
Respecto del antecedente del encierro por el COVID-19, Kern manifestó que influyó en la respuesta emocional y psicológica de las personas afectadas y en la comunidad. “La experiencia previa de estrés y aislamiento ha aumentado la vulnerabilidad a problemas de salud mental comunitaria”, concluyó Kern.