Bahía Blanca | Sabado, 28 de junio

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El día que Popeye se convirtió en Colón y desembarcó en una playita de Galván

En coincidencia con los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, la comunidad de Ingeniero White recreó el hecho con una puesta en escena que todavía maravilla y conmueve.

Atilio Miglianelli en el papel de Cristóbal Colón

“Y que al que le dijese primero que veía tierra le daría un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís a quien primero la viese”. Del diario de Cristóbal Colón.

El 12 de octubre de 1992 se cumplieron 500 años del descubrimiento del continente americano por parte de los europeos. Ese día, Atilio Miglianelli, popular vecino de Ingeniero White, dejó de lado el papel de Popeye para convertirse en Cristóbal Colón.

El aniversario era por demás significativo, más allá de la visión más crítica que se tiene hoy de un descubrimiento que derivó en una conquista cruel y desigual, que no llegaron para civilizar sino para buscar riquezas, generando un impacto devastador en los pueblos nativos.

Pero aquellos 500 años se celebraron con una gran variedad de actos. Se inauguraron plazas, monumentos, placas y en el caso local hubo una propuesta inédita: la representación, en Ingeniero White, de la llegada de Colón a la isla de Centroamérica a la que bautizó San Salvador.

La inquietud y organización del espectáculo corrió por cuenta de vecinos, clubes, escuelas e instituciones de White. Unas mil personas unieron su trabajo y esfuerzo para llevar adelante una recreación que alcanzó ribetes extraordinarios.

¡Tierra! (arena, piedra, cangrejos)

El desembarco se planeó en medio de un cangrejal hoy inexistente, ubicado entre White y Galván, el cual fue acondicionado con maquinarias de Vialidad Nacional y la Cooperativa de Pavimentación whitense.

Ciento de extras participaron del acto

Un escenario adecuado, bañado por las aguas del Atlántico, con fuertes vientos y un paisaje entre desolador y misterioso. En el lugar se colocaron palmeras, distintos tipos de plantas, se montaron toldos y hasta se armó una pirámide de piedra, recreando el paisaje del pueblo Lucayo –el primero que recibió a Colón-- y con referencias a las civilizaciones mayas y aztecas.

Ciento de vecinos y vecinas se vistieron como aquellos habitantes de cinco siglos antes y la playa se convirtió en una isla del Caribe.

El hombre, las formas

“Cuando era chico vivía en calle Cárrega y desde mi casa miraba el mar y veía pasar los barcos. A veces la casa se inundaba y había que poner las camas sobre cajones, pero el agua de mar es noble porque viene y se va”. Atilio Miglianelli

En un día frío y de viento, el acto tuvo lugar el domingo 11 de octubre de 1992, partieron desde Galván, que hizo las veces del puerto de Palos, las tres embarcaciones que replicaban las míticas carabelas de Colón, cada una con sus velas desplegadas permitiendo que el viento las arrastrara hasta el lugar del desembarco.

En la Santa María, la nave capitana, iba nuestro Cristóbal Colón, interpretado por Atilio Miglianelli, todo un símbolo de Ingeniero White, que a sus 59 años de edad se mantenía en espléndida forma, con el mismo físico privilegiado que lució durante años como bañero del club Comercial, donde se ganó el mote de Popeye.

En otra de las embarcaciones, La Pinta, un vecino interpretó a Rodrigo, el marinero del barrio de Triana, en Sevilla, que pasó a la historia por haber sido el primero en dar la voz de tierra.

Cerca de la costa, los tripulantes pasaron a unos botes pequeños con los cuales pusieron sus pies en tierra, recibidos por los “indios”, bajando varios cofres y portando insignias, recreando así el final de la travesía de 36 días realizada 5 siglos antes.

De las carabelas a los bote, el desembarco

Miglianelli vivió la historia con una pasión y emoción única. “Cuando cruzaba el cangrejal para ir a trabajar a la usina (por el Castillo) siempre imaginaba que estaba protagonizando una película de Kirk Douglas o Burt Lancaster. Ser parte del desembarco fue como cumplir ese sueño”, señaló tiempo después.

Atilio Miglianelli, buso de la Usina

Aquella recreación de 1992 fue algo único e inolvidable, fruto de un trabajo colectivo, con una escenografía maravillosa y un emotivo marco de participación. Un desembarco que sigue vivo en la memoria de todos.