Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Corsos de la Bahía

Por Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

Hace 110 años, en febrero de 1904, las calles bahienses se vistieron de fiesta para celebrar el carnaval, una de las festividades más exitosas de todos los tiempos.

Durante el día, se imponía el juego del agua; entrada la noche, los bailes populares y, en el medio, el inolvidable y colorido corso.

En el carnaval de 1904, las calles elegidas para realizar el desfile de carrozas eran San Martín y Zelarrayán, entre Rodríguez y Las Heras. La hora de la celebración, de 20.30 a 0.

En el recorrido de las carrozas se ubicaban los palcos, alquilados por conocidas familias bahienses que eran privilegiados testigos de ese paso y se mostraban con sus mejores galas. El trayecto era iluminado por 17 focos “de gran potencia” y 30 lamparillas eléctricas.

En el palco central se ubicaba el jurado que premiaba la mejor propuesta. Las bandas Italo Argentina, de Artillería y de Infantería, se instalaban en diferentes puntos del recorrido.

En la Plaza Rivadavia, la gente se agrupaba “hasta formar un muro de caras humanas donde no se lee preocupación ni pesares, sino solamente gozo y curiosidad”.

También los balcones de las viviendas eran parte de la celebración, adornados con coloridos ramilletes de flores. Al paso de los carruajes, la gente lanzaba serpentinas, “las traviesas reinas del carnaval”, que cruzaban el aire “en su carcajada de colores”.

Finalizado el corso, venía el baile, al cual todos concurrían “con el entusiasmo de las cosas que gustan”. Entonces era el tiempo del tango, el corte y la quebrada, “donde entusiastas devotos echaban el resto”, según comentó un entusiasmado cronista.

Agua, corsos y bailes populares, una alegría y una entrega que en gran parte se ha perdido en estos tiempos, pero que, a pesar de todo, se niega a resignar su existencia.