Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Gerónimo ya no da impresión

Durante medio siglo, don Pérez tuvo su negocio en Parchappe al 900, pero hace poco bajó la persiana: los avances tecnológicos le pasaron factura.

Fotos: Juan Corral-La Nueva.

Por Sol Azcárate / sazcarate@lanueva.com

Gerónimo Pérez nació en 1923, tiene 91 años, mujer, 2 hijos, 5 nietos y una habitación grande y casi vacía para siempre en su casa de Parchappe al 900.

Todavía quedan, ahí, rastros de la imprenta que tuvo durante medio siglo y hace poco debió cerrar porque ya todo se hace por computadora y de eso él no entiende y no quiere andar molestando.

-Yo no quiero ser una carga para nadie -dice.

Gerónimo -bigote y pocos pelos blancos- apura el paso en el pasillo que conecta la puerta de entrada con el comedor. Camina lo más derechito posible: quizás alguna vez alcanzó el metro setenta. Habla con una boca que algo sonríe y en sus ojos pardos hay picardía.

A los 12 años, en julio de 1935, empezó a trabajar como aprendiz en una imprenta de Quemú Quemú, el pueblo de La Pampa que lo vio crecer, a 382 kilómetros de Bahía Blanca. Gerónimo consulta datos en unos papelitos que escribió especialmente.

–Es que los años me empezaron a pesar...

En aquel tiempo se hacía todo a mano, con tipografías. No había linotipos (las máquinas que mecanizaban el proceso previo a la impresión).

-Me la pasaba componiendo horas y horas.

Gerónimo quería ser profesor de Historia, pero esa no era una posibilidad para alguien que venía de una familia humilde en un pueblo de unos 2.000 habitantes. Así que siguió en la imprenta hasta 1943, cuando, a los 20, le tocó hacer el servicio militar en Río Gallegos.

De ida o de vuelta, pasaba por Bahía. Y la terminó eligiendo como destino porque en Quemú Quemú, al año siguiente, ya no tenía trabajo. Fue pintor un tiempo y en 1949 finalmente se radicó en la ciudad.

Acá vio un aviso en este diario sobre una imprenta que buscaba obrero. Y retomó el oficio que había aprendido de niño.

En los 60, este mismo diario compró el negocio donde trabajaba Gerónimo y él decidió jugársela solo.

-Me dieron para comprar todo lo que quisiera, a un año, sin firmar nada -dice, con los ojos empañados.

A los 30, en 1953, conoció a Josefa Cristina Galinger. Se casaron en el 57 y tuvieron a César Horacio y Rodolfo Guillermo: uno ingeniero químico y el otro contador, remarca Gerónimo, todo orgullo:

-Quise que estudiaran, no los quise meter en gráfica. Por eso seguí solo. Hasta ahora.

Se la pasó, solo, medio siglo haciendo tarjetas y talonarios de facturas en la “Imprenta Pérez”, según avisa -aún- el cartel pintado en la entrada, con estilo antiguo y letras mayúsculas amarillas y negras.

Gerónimo extiende las manos. Le tiemblan desde hace 5 años; lo que antes le llevaba media hora, últimamente le costaba el triple:

-Yo trabajaba en el sistema viejo y no sé nada del nuevo, digital. Ahora la AFIP también pide autorización para imprimir monotributos... Eso hay que hacerlo con la computadora, entonces yo dependía de mis hijos y no los quería molestar. Cerré y que sea lo que Dios quiera.

Ahora le hace los mandados a Josefa -dice que nunca los hace bien-, juega a las palabras cruzadas: busca cómo pasar el tiempo que ocupó como imprentero más de 7 décadas.

Además del cartel, le queda esa habitación casi vacía.

Otra vez apurando sus pasos, va y la abre. Sale frío de ahí. Enciende la luz, mira, detalla qué había en cada lugar donde ahora no hay nada.

-Tiré o regalé todo. Si me pasa algo, ¿para qué van a quedar esas cosas?

De las 2 estanterías, la guillotina y la linotipo sólo hay marcas en el piso antiguo de mosaicos calcáreos. También hay un burro o chibalete (mueble de madera donde se guardaban los signos tipográficos), un par de repisas, unos trofeos que ganó jugando al truco y un portarretratos con una foto del cantante y político Palito Ortega, dedicada de puño y letra. A Gerónimo le gustaba que sus clientes pensaran que era amigo de Palito, pero en realidad ni lo conoció: una prima le consiguió la firma.

-No quiero tener cosas que me traigan recuerdos, porque el día que me muera esto lo tienen que vender mis hijos y perderían tiempo. Sí, a veces pienso en la muerte. Pero sin miedo. Veo que estoy quedando cada vez más inútil.

1 El único rastro que queda del Gerónimo Pérez obrero gráfico es una imagen. Está en un visor de fotos que lo muestra en pleno trabajo.

2 Cuando era adolescente fue al circo en su pueblo pampeano y desde entonces se dedicó a coleccionar muñecos de payasos. Llegó a tener más de 100. En el último año los regaló todos.

3 Conoció a su mujer, Josefa, 10 años menor, en un baile carnaval del club Olimpo. La sacó a bailar 2 veces en la misma noche e incluso la convenció para acompañarla hasta su casa. Nunca más se separaron.

4 Hizo facturas A, B y C. Con el tiempo se quedó sólo con los monotributistas. Cuando decidió cerrar tenía (dice) unos 300 clientes de facturación y alguna caja con participaciones para bodas por semana.

5 La máquina más grande que tuvo era una impresora plana automática que compró nueva, en 1966, a $ 50.000 de entonces. Cree que hoy la podría haber vendido en unos $ 5.000, pero también la regaló.